Entre nos
Crítica
Una chica de provincia por Marina Arias
Desde tiempos inmemoriales "bello", "ágil" y "reflexivo" han sido tres calificativos difícilmente pasibles de ser asigandos simultáneamente a un mismo texto literario. Lo retóricamente disfrutable no suele ser prolífico en nudos narrativos, así como las historias atrapantes por lo general no invitan a demasiada introspección. Una chica de provincia -los relatos reunidos de Selva Almada sobre su infancia en Entre Ríos- es una feliz excepción a esa regla: es imposible no leerlo de un tirón así como es imposible no detenerse a paladear descripciones como "cubiertos los escotes con la mantilla azul de las glicinas. Oculto el pellejo de los cogotes tras las varitas de retama florecida. Sucias las faldas de hojas y espinas y cabos y pétalos sueltos; el olor de los sobacos mezclado al de las flores y el incienso" o "aquel había sido un verano sin lluvia y las paladas de tierra cayeron sobre el ataúd como si lo estuviesen apedreando". Al mismo tiempo, la pluma de Selva Almada, como una suerte de magadalena proustiana, nos echa en cara algo de la sabiduría infantil perdida en el camino: "la muerte de un hombre parecía no cambiar nada, sin embargo la muerte de un perro lo cambiaba todo"; "el mundo de los adultos nos interesaba poco y nada, a lo sumo nos provocaba una cierta curiosidad de entomólogo (...) los queríamos, pero había una suerte de compasión en nuestro afecto".
Pero como los grandes escritores y a través de una lograda narradora en primera persona, la autora se anima a reflexiones que una vez enunciadas se presentizan como verdades íntimamente ya sabidas: "en la mitad de mi infancia aprendí lo pequeño y tedioso que era el universo de las niñas" o "hay una época, en ese período de tiempo entre los once y los trece años, en que la amistad entre chicas es algo especial. Tiene poco y nada de fraterno y se parece bastante más al amor".
Niños, Chicas lindas y En familia son los títulos de los libros de relatos agrupados en Una chica de provincia. El primero cuenta la infancia compartida con su primo hermano, Niño Valor, quien "era el único amigo que tenía en el mundo". Pero también cuenta de la Abuela, a quien la dureza de la vida ha llevado a ver sólo un chancho en Peludo, la mascota de los chicos inevitablemente carneada una mañana de verano. Y de la madre, quien dice preferir asistir a los velorios a la medianoche porque "es un momento íntimo, donde la muerte se despoja de exageraciones y se torna genuina, natural. Algo que le está pasando a otro, es cierto, pero que tarde o temprano nos va a suceder". Y del padre quien "trabajaba en Obras Sanitarias desde que el Carlos Carruega ganó el gordo de navidad y dejó el puesto, y lo más cerca del cielo que podía llevarme era sobre sus hombros".
En un tono algo más puigiano y bastante más desolador, Chicas lindas da cuenta de la pubertad de la narradora, esa época en que convertirse en mujer de una vez por todas es un hito anhelado.
Narrado tanto en primera como en tercera persona, En familia resulta el relato menos autobiográfico. Quizá por eso en una primera lectura puede parecer el más "literario" de los tres. Pero el mayor talento de Selva Almada está en tornar invisible el trabajo de escritura para hacernos sentir que las descripciones hermosas, las lúcidas observaciones y las historias atractivas surgen de su memoria y llegan a la nuestra sin mediaciones. LAT