miércoles, 18 de noviembre de 2015

La velocidad de los días

Habían pasado nueve meses desde las últimas veces que se había acostado con Nahuel. Un poco menos tal vez, pero alguna de esas, no podía precisar cuál, él le había dicho al oído, como otras, no te preocupés que total acabo afuera, pero esa vez no había resultado. Ahora se estaba yendo del hospital con el bebé envuelto en tantas mantas que parecía una cebolla. Era tan chiquitito que pesaba más la suavidad de la lana que el bebé en sí. No se estaba yendo a una casa con Nahuel. Todo había sucedido tan rápido que no había tenido tiempo de llegar a soñar una casa con él, una casa juntos con cuarto de bebé. Se iba a lo de su madre, al dormitorio que compartía con su hermana de doce años y ahora también con su hijo. Entre las dos habían sacado la mesa que les servía de escritorio donde hacían las tareas de la escuela, para hacerle lugar a la cuna, comprada en una casa de muebles usados. La cuna estaba tan impecable que le había dado un escalofrío. Estaba como nueva. El vendedor se esforzaba en aclarar que estaba casi sin uso, mientras su madre regateaba el precio. Casi sin uso, lo oyó repetir y la atravesó el espanto. La llevó a su madre aparte, entre una pila de sillas viejas y mesas de luz que se elevaban hasta tocar el techo del galpón de la compra-venta. Le pidió que no se llevaran esa, que buscaran otra, o, mejor, que el bebé podía dormir con ella hasta que creciera un poco, que mejor, más calentito y siempre cerca por si despertaba de noche, que ella con el sueño pesado que tiene. Pero la madre no quiso saber nada, era una ganga, ya estaba a punto de convencer al hombre, si bajaba un poco el precio, la cunita era una ganga y además tenía las barras desmontables y una cajonera para guardar la ropita, llegado el momento se sacaban los laterales y se usaba como camita de una plaza. Hasta que empezara el pre-escolar el bebé tenía cama asegurada. Terminaron llevándosela y ahora ocupaba su sitio en el cuarto, cerca de la única ventana. Sin decirle nada a nadie, ella fue a ver al padre de la parroquia del barrio y le pidió agua bendita. Sin que la vieran la volcó sobre el colchón y al fleje de madera pegó una estampita del ángel de la guarda. Todo había pasado tan rápido que no tuvo tiempo de acostumbrarse a la panza creciendo ni a sacarse fotos de la panza con el celular y subirlas a facebook como habían hecho sus amigas o las amigas de amigas o las primas de amigas cuando estaban embarazadas. Entre que se enteró de que esperaba un hijo y el nacimiento habían pasado apenas tres meses. No había llegado a comprarse ropa más grande, no ropa de futura mamá, claro, quién usa eso en estos tiempos, pero uno o dos talles más, como había pensado. Para cuando se descompuso, todavía usaba los mismos jeans con el botón desprendido. La panza apenas le redondeaba la cintura, aunque le habían crecido las tetas y tenía las caderas más llenas. Entre que se enteró del embarazo (o se quiso enterar, mejor dicho, ahora pensaba que, en el fondo, siempre había sabido), y el nacimiento todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Las semanas de atraso revisando todas las mañanas su bombacha esperando el alivio de la sangre, las conversaciones con las amigas, la insistencia de las chicas para que se hiciera el evatest. Ella no quería. Decía que le daba vergüenza pedirlo en la farmacia, que no tenía plata, que para qué si total ya le iba a bajar la regla. Hasta que ellas vinieron con la cajita. Dejate de joder, si no estás, no estás, pero saquémonos la duda. Todas se lo habían hecho más de una vez y ni siquiera tuvieron que leer las instrucciones, se las sabían de memoria. Las más zarpadas hasta guardaban el cartón con una sola rayita, resultado negativo, y le escribían el nombre del novio de turno. Lo hicieron en el baño de la estación de servicio. Ella entró sola al cubículo e hizo pis sobre el cartón mientras leía las inscripciones en la puerta: mensajes de amor, de despecho y algún chiste ordinario o un número de celular con la leyenda: soy muy tortillera, llamame. Las otras esperaban afuera, apoyadas en el lavamanos, mirándose al espejo y fumando un pucho entre todas. El olor a cigarrillo le llegó por debajo de la puerta y frunció la nariz, aunque siempre le había gustado y fumaba de vez en cuando. Se quedó sentada un rato con los pantalones bajos y el cartón del test agarrado de una puntita, sin animarse a mirarlo, hasta que el sonido de los golpes contra la chapa la sobresaltó. Dale, nena, ya está, no va a cambiar nada porque te quedes ahí. Volvió a abrocharse el pantalón, todo sin mirar el cartoncito, y salió. Se fue de la estación de servicio con la cabeza zumbando. Ni se acuerda de cómo se despidió de las chicas, si alguna la acompañó unas cuadras o si separaron ahí mismo en el baño. Sí que llegó a su casa y por suerte no había nadie, que se encerró en la pieza, que se tiró en la cama y seguro lloró, aunque bien de eso tampoco se acuerda. Entonces con Nahuel iban y venían. Cuando se encontraron dos o tres días después se lo contó. Él primero se rió y le dijo me estás jodiendo. Después se puso serio y le dijo cómo sé que es mío. Enseguida que se lo tenía que sacar, que le diera unos días para juntar plata. Pero la plata que juntó la usó para tomarse un micro a Corrientes, a lo de unos tíos. Dejó de verlo en el barrio, en la plaza donde se reunía con los amigos para hacer la previa los fines de semana, en el boliche. Cuando preguntó le dijeron que se había mandado a mudar. No tuvo más remedio que contarle a su madre. Primero se enojó y le dijo que cómo podía ser, que qué mierda le enseñaban en la escuela. Después se calmó y le dijo que estaba bien, que ella también la había tenido de muy joven y que sin embargo había salido adelante. Ella miró a su alrededor, la cocina sin terminar, el piso de cemento vivo, los hermanitos jugando a la play y a su mamá con el uniforme de guardia de seguridad del supermercado que sólo se sacaba para ir a dormir. En el pasillo del hospital la saludó una de las chicas de limpieza. Ya te vas, mami, le dijo. Ahí adentro todos le decían mami: los médicos, las enfermeras, los camilleros, las secretarias. Como si supieran que le tenían que repetir una y otra vez que ahora es una mamá para que ella cayera. Y es que ni tiempo había tenido de hacerse a la idea. Al día siguiente de hablar con su madre, fueron al hospital para que la viera un doctor. Tomaron un colectivo y, en el trayecto, ella conservó la secreta esperanza de que el evatest estuviera equivocado. Había escuchado casos así, no es cien por ciento seguro. Había escuchado de falsos positivos. ¿O eran falsos negativos? Después de revisarla y sin esperar el resultado del análisis de sangre, el médico le dijo que estaba embarazada. Le calculó unos tres meses. Igual no cayó entonces ni con la ecografía, ni con el dedo de la chica que le hacía la eco señalándole un puntito movedizo en el monitor, un puntito del tamaño de un garbanzo había dicho. ¿O de un grano de arroz? Por eso, tres meses después y aunque ya tenía un poco de panza, la mañana en que sintió algo caliente entre las piernas y fue al baño y vio, por fin, la bombacha sucia de sangre, por un instante tuvo ganas de reírse como una loca, porque pensó que le había venido, que al final no estaba embarazada, que era todo un error. La madre la había metido en un remís y llevado al hospital para que la controlaran. Le dijeron que ya estaba por parir, que el bebé venía prematuro. Otra vez le zumbó la cabeza y a todo lo que pasó después, a todo el mes y medio siguiente, se lo tuvieron que contar porque ella no se acuerda de nada. Le hubiera gustado parir. Sentir el cuerpo de su hijo saliendo de su propio cuerpo, abriéndose camino entre su carne con la obstinación de un topo, escuchar su llanto rebotando contra los azulejos impecables de la sala de parto, que se lo pusieran sobre el pecho, caliente y sucio de sangre y placenta como había visto en las películas. Que Nahuel sostuviera su mano, blanco de la impresión, pero dándole aliento. Pujá, dale pujá que ya viene. Nahuel metido en una bata de quirófano y con un gorrito en la cabeza y ella matándose de risa con su cara de susto. Sin embargo, no había pasado nada de eso. La metieron a una cesárea de urgencia, sólo ella en la camilla, el médico, las enfermeras y esa luz potente y fría que sintió que se la chupaba como un plato volador. La misma luz que volvió a escupirla, según le contó su mamá, un mes y medio después. Despertó boleada, con un gusto horrible en la boca y la panza vacía. Debajo del camisolín, la cicatriz ya había perdido la costra de los puntos, empezaba a ser una marca que le quedará para siempre. No se acuerda nada de esos cuarenta y pico de días que estuvo dormida, como dice su mamá, porque la palabra “coma” todavía la angustia, le trae el recuerdo de su hija como muerta, el recuerdo de los días en terapia intensiva adonde la dejaban entrar sólo un ratito y ella se quedaba sosteniéndole la mano blanda, pero calentita. Al parecer se pasaron de anestesia o algo salió mal durante la cesárea y ella tardó todo ese mes y medio en volver en sí. Algo así le dijo su madre que no quiere entrar en detalles o los desconoce. La cuestión es que una mañana ella volvió con esa sensación de vacío, viendo borroso y medio atontada, y fue un alivio para todos. Menos para ella cuando por fin pudo ubicarse y rearmar la última escena que recordaba antes de caer en ese sueño, en ese coma, en esa muerte transitoria. Había llegado al hospital para tener a su bebé, pero ahora se tocaba y no tenía más que una línea de carne cicatrizándose debajo del ombligo. Pensó que el nene se había muerto y tuvo tanto miedo que miró con fuerza la luz potente y blanca de la lámpara deseando que el plato volador se la llevara de nuevo. Una de las enfermeras, como si le leyera la mente, le dijo despacito: el bebé está bien, lo tenemos en la incubadora. Fue raro irse de alta sin su hijo. Se había acostumbrado a caminar por los pasillos del hospital, primero lento hasta que recuperó la fuerza de las piernas, en pantuflas y camisón, para ir a verlo a cada rato. En los horarios que la dejaban entrar, entraba. En los que no, se quedaba afuera, mirando a través de los ventanales de la neo, igual que los parientes que iban a conocer a un recién nacido. Aunque no pudiera tenerlo todo el tiempo con ella, sabía que estaba cerquita, que cualquier cosa que pasara podría correr pasillo abajo y llegar a él en poco tiempo. La primera noche en su casa, se la pasó llorando. Y a la mañana siguiente decidió que se pasaría todo el día en el hospital, aunque sólo la dejaran verlo un rato a la mañana y un rato a la tarde. Por eso ahora cuando está yéndose la saludan todos. Todos la conocen de tanto topársela en los pasillos: los camilleros, las enfermeras, los médicos, las voluntarias, las viejas que les dan de comer a los gatos que viven en el parque del hospital, el tipo que vende café, el viejo que pide en la puerta. Casi dos meses de verse que parecen una vida entera. Unos días antes le dijeron que había habido un problemita y a ella el corazón le dio un vuelco pensando que el bebé tendría que quedarse dos, tres meses más, todo el año. Un problemita, mamá, dijeron. Un problemita en la vista. No sabe por qué, pero los médicos y las enfermeras siempre hablan en diminutivo. El bebé tenía un desprendimiento de retina, causado por la lámpara de la incubadora. Estaba ciego. Se le habían aflojado las piernas y la enfermera la había sostenido mientras la voz del médico le llegaba como de lejos excusándose, echándoles la culpa a las practicantes que no habían tomado los recaudos necesarios. Pero me lo puedo llevar igual, había preguntado con la voz quebrada. Claro, en un par de días le daban el alta. Después vino gente a hablarle, gente que no sabe cómo se había enterado. Le hablaron de mala praxis, de juicios millonarios, de subsidios, de papeleos. No tiene tiempo de pensar en eso ahora. Ahora se está yendo con su hijito en brazos. Bajando los escalones de la entrada al hospital que esta vez es la salida. El día está despejado y hay sol. Un día tan bueno como cualquiera para marcharse por fin de allí con su hijo.

sábado, 4 de mayo de 2013

Ediciones uruguayas

viernes, 3 de mayo de 2013

Diario La voz del interior


Una chica de provincia

Selva Almada se ganó los elogios del público y de buena parte de la crítica con “El viento que arrasa”, su primera novela. Un pastor y su hija, un mecánico y su hijo adoptado son los cuatro personajes que protagonizan una historia mínima en un paisaje hostil.

Por Luciano Lamberti



A  finales de 2012, una novela irrumpió con fuerza en las listas de votaciones de "libro del año". Se llamaba El viento que arrasa y su autora, pese a tener publicados un libro de cuentos (Una chica de provincia), uno de poemas (Mal de muñecas) y una nouvelle (Niños), era joven y casi desconocida. Pronto llovieron elogios desde los suplementos culturales e incluso desde la voz autorizada y legitimante de Beatriz Sarlo.
Nacida en 1973, en Entre Ríos (actualmente vive en Buenos Aires), Selva Almada se formó en el mítico taller de Alberto Laiseca, al que aún acude para leer su producción. Dice sobre la experiencia: "No es un taller convencional, Laiseca nunca te va a marcar una cuestión de puntuación, es muy libre en un sentido. Aprendés de él a través de lo que charlás, de sus lecturas y de su experiencia de vida más que cómo formatear un cuento o cómo hacer una descripción. En ese sentido, es un poco mitológico. Su gran acierto es que te alienta a encontrar tu propia voz. Yo misma soy docente y a veces me tengo que contener para no llevarlos a lo que me gusta leer a mí".
Narrada en un lenguaje sencillo, claro y económico, El viento que arrasa cuenta una historia mínima, con cuatro personajes y lo que en la preceptiva se llamaría unidad de tiempo y lugar: un pastor y su hija, un mecánico y su hijo adoptado, un auto descompuesto. Alrededor, el paisaje deprimente y hostil del desierto chaqueño, casi un personaje más en la historia.
"Conozco el Chaco de haber ido varias veces", dice Almada. "Me pasaba que salía de Entre Ríos, que es como un vergel, y me iba a meter en el norte santafesino y sur del Chaco, que es desértico y llano. Me parecía un paisaje hostil, yo lo rechazaba y él me rechazaba a mí. Entonces planteé esa dicotomía entre el paisaje chaqueño y el entrerriano, la infancia del pastor transcurre en Entre Ríos y está llena de ríos y árboles, es donde tiene lugar su bautismo".
Uno de los aciertos en el libro es el uso de los diálogos, que suenan creíbles sin ser costumbristas, algo poco visto en la narrativa contemporánea. "En los relatos anteriores le escapaba siempre al diálogo porque me parecía que cada vez que lo usaba quedaba impostado. Y en cambio acá la novela de hecho arranca con un diálogo, y ahí me di cuenta de que funcionaban, me parecían verosímiles. Por ahí no soy muy observadora, pero sí tengo mucho oído para captar cosas que pasan, o frases, o giros, que me gustan, me interesan, me parecen pintorescos".
El otro acierto es la prosa: cuidada, económica, profundamente sensorial, recuerda un poco a la de ciertos narradores de la década de 1970 como Haroldo Conti o Daniel Moyano, y menos a los desvíos y las disgresiones que suelen caracterizarse como "escritura femenina". La de Almada es, en este sentido, una escritura masculina, útil y transparente, que parece dejar hablar a los personajes por sí mismos sin la molesta intervención del autor, y con un concepto de la sugerencia que recuerda a la teoría del iceberg de Hemingway.
"Ya me han dicho que mi escritura no es típicamente femenina", dice la autora. Y añade: "Igual, las escritoras que me gustan no trabajan con ese tono. No me interesan las historias domésticas con dramas o románticas. Me gustan las historias que avanzan. Y me da más curiosidad el mundo de los hombres que el de las mujeres. Eso se nota en la novela, donde las madres están ausentes. Lo que no quiere decir que en mis cuentos no aparezcan mujeres, pero no son mujeres comunes nunca, son quizás más masculinas. Por ahí es la mirada que yo tengo sobre las cosas, sobre el mundo".
Novela moralEl viento que arrasa es una novela moral, en el sentido que le da a esa palabra la tradición de escritores del profundo sur norteamericano. Como en Pedro Páramo de Juan Rulfo, los personajes de Almada viven en un infierno en la tierra, una zona despoblada y pobre, y esto parece ser el resultado de sus propias acciones pecaminosas. En todos hay una pérdida, un recuerdo doloroso que puede resumirse en una imagen, una fotografía. "En ese tiempo había empezado a leer a Flannery O` Connor y Carson Mccullers", dice Almada. "De Faulkner leí Mientras agonizo, y algunos cuentos sueltos, y creo que lo que hay suyo en la novela está más pasado por el río de Onetti. Elegí la figura del pastor porque necesitaba la excusa de alguien que viajara, y los viajantes de comercio ya casi no existen y son un lugar muy transitado. Y como yo voy mucho al Chaco me habían llamado la atención la cantidad de cultos evangélicos".
La acción cuenta en simultáneo la vida de esos cuatro personajes, la espera para que le arreglen el auto al pastor, que debe seguir viaje, los flashbacks que permiten entender su historia y los sermones del pastor. Y todo se encamina hacia un final digno de una buena película argentina. Porque El viento que arrasa es también una "novela cinematográfica", como dice la contratapa, casi servida para su adaptación. "Hay una propuesta bastante firme de un productor -adelanta Almada-, que ya casi está cerrada. Hubo un par de directores puntuales, pero nos convenció esa. En ese momento incluso me planteé si era necesario llevar el libro al cine, si no era mejor dejarlo como estaba. Después pensé que la película nunca va a ser el libro, va a ser la obra del director o el guionista, no mía".
Uno de los temas centrales de la novela son los vínculos familiares, cuyas rupturas marcan la vida de los personajes. Almada es contundente al respecto: "La familia, como institución, la familia convencional, me parece algo que necesito poner en crisis todo el tiempo -dice-. Yo vengo de una familia disfuncional, entonces cuando veo papá, mamá, la nena, el nene, y son todos felices, no les creo. Siempre estoy poniendo en cuestión a la familia, con todo lo que gira alrededor. La familia es el lugar de protección: mentira. Las peores cosas suceden muchas veces ahí adentro".
"La idea de que la sangre tira también me parece un discurso vacío -señala la escritora-. O la idea de que por que sos familia te tengo que defender a capa y espada aunque te hayas mandado una cagada terrible. Esa cosa argentina de que lo primero es la familia es una idea que me da escozor. Por eso en mis historias las familias nunca están completas, siempre les falta una parte".
Un poco de vértigo
El sello Mardulce acaba de publicar Ladrilleros, la segunda novela de Selva Almada, que define como "un poco más larga y más digresiva" que la primera. La expectativa es grande y la autora confiesa que le da "un poco de vértigo". Además, reafirma su elección de un proyecto mediano como Mardulce antes que los grandes grupos editoriales. "Me siento más cómoda con ellos. Me gusta la editorial, me gusta el catálogo que están armando. Trabajo muy bien con Damián Tabarovsky. Me acompañaron mucho en todo el proceso del libro, ellos se ocuparon de la prensa, de llevarlo a una distribuidora. Yo puedo opinar sobre las tapas, cosa que no es habitual. Es una idea quizás un poco romántica de la vieja relación del editor con el autor, que lo acompaña durante toda su obra y toda su vida. Tampoco me voy a cambiar de editorial para ganar plata".

lunes, 29 de abril de 2013

Diario Página 12


libros
DOMINGO, 28 DE ABRIL DE 2013

Salvaje mundo interior

Nació en Villa Elisa, estudió en Paraná y finalmente recaló en Buenos Aires, donde frecuentó el taller de Alberto Laiseca y se convirtió en escritora. Después de llamar saludablemente la atención con su versión gótico sureña de provincias con El viento que arrasa, acaba de publicar una historia de familias enfrentadas: Ladrilleros. Selva Almada es una escritora que gusta de historias rurales pero prefiere vivir en las ciudades

miércoles, 24 de abril de 2013

Diario Tiempo Argentino






Amores, odios y una tragedia que sucede en un pueblito del Litoral


Como si fueran Montescos y Capuletos de la actualidad y en diferente escenario, un odio ancestral enfrenta a una familia de ladrilleros. En diálogo con Tiempo Argentino, la autora habló de los entretelones de su última novela.

martes, 23 de abril de 2013

domingo, 14 de abril de 2013

En su librería amiga

jueves, 21 de febrero de 2013

Radio

La periodista Flavia Pittella recomienda El viento que arrasa en su columna en el programa Lanata sin filtro, de Radio Mitre. El audio aquí.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Taller de lectura



No ficción on the rocks 
Crónicas & tragos 

Taller coordinado por Selva Almada & Julián López 

Domingos de 19 a 21 
4 encuentros 
Inicia el 10 de marzo 
Informes e inscripción: almadaylopez@yahoo.com.ar 
Vacantes limitadas

domingo, 27 de enero de 2013

En El Diario, de Paraná

Es un boom nacional

El libro del año es de una autora entrerriana

El viento que arrasa fue elegido como libro del año en 2012 por la revista Ñ. Antes, Beatriz Sarlo, una de las opiniones sobre literatura más influyente en la Argentina, había publicado un elogioso comentario en el diario Perfil. Su autora es entrerriana, de Villa Elisa, y se llama Selva Almada.
Sábado 26 de Enero de 2013 Hs.
No fue su primer libro publicado, antes hubo uno de poesía y otro de relatos, pero la novela El viento que arrasa es la obra que llevó a Selva Almada a ser la escritora del momento, la más mencionada y recomendada. 
Un relevamiento entre escritores realizado por la revista Ñ consagró su novela como libro del año. En una nota del diario La Nación se la enumeró como uno de los escritores jóvenes que se debe leer. Pero la consagración de su libro sin dudas se dio cuando la escritora crítica literaria Beatriz Sarlo recomendó la lectura del libro de Almada en una crítica publicada en el diario Perfil. 
“En principio fue una sorpresa, más allá de que me gustaba la novela y le tenía confianza nunca pensé que iba a tener tanta repercusión ya que los otros dos libros (uno de poesía y otro de cuentos) habían pasado inadvertidos”, contó Selva Almada en diálogo con EL DIARIO. 
“Todo lo que se generó fue impactante porque no lo esperaba”, admitió, y señaló que se alegra mucho “tanto por la novela como por la editorial (Mardulce), que confiaron y asumieron los riesgos”. 

Sarlo. La editorial Mar dulce tiene un catálogo de novelas y ensayos y tiene por costumbre publicar simultáneamente un título de cada género. Así, se editaron al mismo tiempo la novela de Almada y un ensayo de Carlos Monsivais. La editorial le envió esas dos obras a Beatriz Sarlo, más que nada para que comente el libro de Monsivais. Luego de que la intelectual publicó su crítica, en una comunicación telefónica con los responsables de la editorial adelantó su admiración por la novela de Almada que luego plasmaría en el diario. “Una historia sintonizada por momentos con los climas de algunas novelas de Juan José Saer”, aseguró. 
Después vinieron las reseñas en los suplementos literarios y las críticas y recomendaciones. 
“Las reseñas que fueron apareciendo contribuyeron a que el libro se conociera y se vendiera, sin dudas ayudaron mucho. A fin de año, se publicó lo de la revista Ñ, fue elegido libro del año y sirvió para que se vendiera mucho más”, destacó. 
En abril saldrá su próxima novela, Ladrilleros, por la misma editorial. 
“Lo que tiene en común con El viento… es que transcurren en el mismo territorio, en el Chaco, pero son más personajes, hay sub-tramas”, indicó. 

Propuestas. Almada nació y creció en Villa Elisa, vivió en Paraná donde estudió el Profesorado de Letras y luego se trasladó a Buenos Aires. Allí, trabajó un tiempo como empleada administrativa. Ahora, además de escribir, dicta talleres de literatura y lectura y colabora con diarios y otras publicaciones. 
“A raíz del libro, aparecieron otras propuestas de trabajo, sobre todo de talleres”, contó. 
–¿Tenés algún tipo de método o rutina para escribir? 
–Cuando estoy escribiendo algo más largo, como un cuento o una novela trato de ser metódica. Igualmente, me cuesta cumplir con una rutina de horarios. Lo que trato, cuando comienzo con un proyecto, es que no pasen muchos días sin escribir para no perder el ritmo y la conexión. 
–¿Siempre tus proyectos tienen que ver con la novela? 
–Tengo empezado algo relacionado con la crónica policial, sobre tres casos de asesinatos de chicas adolescentes no resueltos, ocurridos en Entre Ríos, Chaco y Córdoba. Hace dos años que empecé con ese proyecto pero se me ha complicado porque se necesita mucho tiempo para viajar y hacer entrevistas. Espero este año poder terminarlo. 
–¿Por qué se reitera la provincia de Chaco como locación de tus novelas? 
–Conozco el Chaco porque mi pareja es de allá y hace 15 años que viajo seguido. Pero también aparece Entre Ríos, como oposición en lo paisajístico. En El viento que arrasa situé la historia en el Chaco porque se da la particularidad que hay muchas iglesias protestantes y uno de los personajes es un pastor. En Ladrilleros fue porque me contaron una anécdota que transcurre en ese lugar, aunque de la anécdota original quedó muy poco. De todas maneras, la novela que estoy escribiendo ahora se sitúa en Entre Ríos, en una zona isleña. Es un fin de semana de pesca. 
–¿Es posible en la Argentina vivir de la publicación de libros? 
–Es muy difícil, muy pocos escritores viven de la venta de sus libros, porque el volumen de ventas no alcanza. Sólo el 10% del precio de tapa le corresponde al autor. Los escritores generalmente viven de otros trabajas que se arman en forma satelital que se generan a partir de la aparición del libro, como talleres, conferencias o publicaciones en diarios. Son muy pocos los que pueden llegar a vivir de eso. Es otra cosa si se traducen o si se llevan al cine.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Segunda edición de El viento que arrasa

NOTICIAS
Ya salió la segunda edición de El viento que arrasa, de Selva Almada

La calidad de ningún libro se pone en juego por sus ventas. Pero nada nos gusta más que un libro buenísimo, además encuentre muchos lectores. Es el  caso de la primera novela de Selva Almada, El viento que arrasa: publicada en marzo de este año, en menos de seis meses se agotó. Esta semana, en librerías, la segunda edición.
¡Ideal para regalar en Navidad y leer en las vacaciones!

sábado, 17 de noviembre de 2012

Programando el 2013

Santa Trinidad se llama el taller de lectura que estoy armando para marzo o abril del próximo año. Centrado en tres novelas y tres autores fundamentales para la literatura norteamericana de la primera mitad del siglo XX: Mientras agonizo, de William Faulkner; El camino del tabaco, de Erskine Caldwell; y El corazón es un cazador solitario, de Carson Mac Cullers.
Los interesados pueden ir leyendo las novelas y escribiéndome.

Los norteamericanos, reedición del taller de lectura del cuento norteamericano que coordiné este año, que aborda autores como Tobias Wolff, Raymond Carver, John Cheever, Flannery O'Connor, Stephen King, Catherine Ann Porter, entre otros.

Obra en construcción. Revisión de obras terminadas o en proceso avanzado de escritura. Informes de lectura.

+info: selvaalmada@gmail.com

jueves, 15 de noviembre de 2012

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cuestión de fe [Página 12]


jueves, 8 de noviembre de 2012

La Rolling

lunes, 5 de noviembre de 2012

Diario La Nación

jueves, 1 de noviembre de 2012

Beatriz Sarlo dice

domingo, 30 de septiembre de 2012

Diario Clarín

lunes, 17 de septiembre de 2012


El jueves 20 de septiembre a las 20.00 presentamos la novela El viento que arrasa junto a la escritora Alicia Barberis en la Feria del Libro de Santa Fe.

martes, 31 de julio de 2012

¡Abierta la inscripción!


En septiembre comienza esta clínica de escritura para trabajar textos en proceso [poesía y narrativa].

Por informes clinica.escritura@gmail.com

martes, 26 de junio de 2012

Lectura en Brandon



Selva Almada/Marina Gersberg/Julio Lago/Esteban Castroman/La familia de ukeleles
Este viernes 29 de junio, a las 20.30, en Brandon [Luis María Drago 236]

martes, 5 de junio de 2012

Leer y escribir


Talleres coordinados por Selva Almada*


Los norteamericanos [Taller de lectura]

Una aproximación a la narrativa de Anderson, Caldwell, O'Connor, Mc Cullers, Porter, Wolff, Carver, King.

6 clases

Viernes de 16 a 18

$380 [incluye material de lectura]



El relato autobiográfico [Taller de lectura y escritura]

La autorreferencialidad en Lange, Carver, Shepard, Gruss, Bossi, Meret, Acevedo.

Pistas para escribir una autobiografía.

8 clases

Viernes de 19 a 21

1 pago de $460 o 2 de $250 [incluye material de lectura]



Comienzan el viernes 15 de junio

Librería Aquilea (Corrientes 2008)

Consultas e inscripción: selvaalmada@gmail.com

1554198858


*Selva Almada es escritora y profesora de literatura. Autora de El viento que arrasa (Mardulce, 2012), Una chica de provincia (Gárgola, 2007), Niños (Edulp, 2005) y Mal de muñecas (Carne Argentina, 2003). Integra diversas antologías de cuento, entre ellas Die Natch des Kometen (Edition 8, Alemania). Coordina el ciclo de lecturas Carne Argentina, uno de los más prestigiosos de la ciudad de Buenos Aires.



Agradecemos la difusión de esta información.

jueves, 1 de marzo de 2012

En su librería amiga


¿Qué es una escritora madura? ¿Qué es una escritura consumada? Estas preguntas adquieren un nuevo sentido cuando hablamos de una primera novela: el sentido de la originalidad, de lo inesperado, de lo asombroso. El viento que arrasa convierte esas palabras en elogios, en una descripción ajustada de lo que su prosa expresa. Una escritura firme, segura, potente y, quizá por eso, profundamente poética. Un reverendo y su hija de viaje por el Chaco, en un clima de conflictos y tormentas, diálogos filosos y locura solapada. Casi cinematográfica, El viento que arrasa es una novela en la que los personajes son nítidos, corpóreos, se escuchan sus voces, sus modos. Y los del paisaje: el monte, el sol, los árboles achaparrados, los autos rotos, las camisas transpiradas y las vidas destruidas.

viernes, 27 de enero de 2012

Work in progress

Para trabajar novelas o serie de cuentos terminados o en proceso avanzado de escritura.
Encuentros individuales.
En persona o virtuales.

+info selvaalmada@gmail.com

jueves, 12 de enero de 2012

Leemos

Ciclo Bueno Zaire
Tom Maver/Florencia Minici/Selva Almada/Osvaldo Bossi
Jueves 19 de enero, 22.00
Corrientes 5552
Entrada $10

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Mardulce Magazine



Para entrar a la revista, cliquear aquí: www.mardulceeditora.com.ar/magazine

miércoles, 23 de noviembre de 2011

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Nueva antología



Cuentos de Selva Almada, Clara Anich, Javier Sinay, Patricia Suarez, Fernanda Nicolini, Pía Bouzas, Alejandra Zina, Lionel Giacometto, Celia Dosio, Julián Gorodischer, Emanuel Alegre, Tito Arrúa, Antonela de Alva y Juan Guinot.

Viernes 18 de noviembre en La libre [Bolívar 646], 19.00

Lecturas + vino + empanadas

Precio promocional del libro $35

jueves, 10 de noviembre de 2011

Noche de los museos



La Paternal Espacio Proyecto

Sábado 12 de noviembre, a partir de las 20

Leen:

Selva Almada

Sebastián Pandolfelli

Hernán Lucas

Además...

muestras de artistas plásticos, música, performances

[Espinosa y Álvarez Jonte]

Entrada gratis

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Prólogo al libro de Jorge Hardmeier



Los relatos de Arquitectura antigua son una rara avis en el horizonte de la llamada NNA o nueva narrativa argentina: historias donde la anécdota, lo que sucede, el qué importa poco y lo que en realidad tiene peso y densidad es cómo pasa lo que pasa. Esto se logra a partir de escenarios cuidadosa y hasta obsesivamente descriptos, y de atmósferas extrañas –extrañadas- que envuelven a los personajes, los desaparecen, los reaparecen. Diría que en la mayoría de los relatos los personajes son tan solo una circunstancia que se nombra genéricamente –el hombre o la mujer- o echando mano de una letra, de cualquiera, caprichosamente; una circunstancia o la simple excusa para tejer alrededor de ellos todo lo demás, un capullo intrincado que oculta el pequeño corazón de cada relato.
En uno –que me recordó a los cuentos japoneses de fantasmas-, el narrador repite varias veces a lo largo de la historia: “Lo que puede ser mostrado, no puede ser dicho”, y esta frase o esta idea, en cierto modo, atraviesa todo el libro: se muestra para no decir, se muestra algo para ocultar otra cosa y es el lector quien debe reponer lo que falta, descubrir lo que se esconde.
Y en estos tiempos en los que los lectores engordamos de tanta literatura pre-cocida, se agradece que nos pongan en movimiento y nos hagan trabajar un poco.


Selva Almada

domingo, 2 de octubre de 2011

Feria del libro



Viernes 7 de octubre, de 17 a 20: Taller de lectura y escritura. Tu vida también puede ser literatura: el relato autobiográfico. Coordinado por Selva Almada.

Sábado 8 de octubre, a las 21: Mesa de lectura. Invitados especiales Fabián Casas, Elder Silva, Selva Almada y Fernando Callero.


sábado, 1 de octubre de 2011

Inscripción abierta


Octubre Noviembre Diciembre 3 meses 3 para terminar esa novela, empezar aquel proyecto que tenés hace mucho en la cabeza o aflojar la muñeca y despuntar el vicio de la escritura/2 grupos 2: Miércoles de 19 a 21 o Jueves de 16 a 18 en la Librería Aquilea [Corrientes 2008]

jueves, 22 de septiembre de 2011

Por fin la primavera



Ciclo Carne Argentina Colección Primavera

Natalia Litvinova Marcos Zimmermann

Oscar Fariña Raúl Escari

Jueves 29 de septiembre, 21.00

Bar de La Tribu [Lambaré 873]

Entrada gratis

sábado, 20 de agosto de 2011

Revista Cuatro cuentos


Cuatrocuentos #14
Con textos de Ramón Cote Baraibar (Colombia), Selva Almada (Argentina), Norberto José Olivar (Venezuela) y Juan Patricio Lombera (México). Además, Elsa Drucaroff recomienda Ruda macho, de Enzo Maqueira (Argentina).





El llamado, de Selva Almada


Era una mañana soleada. Aunque ya había comenzado el invierno, la temperatura era agradable, todavía otoñal.
Lidia Viel tomaba un café negro sentada a la mesita de la cocina. Desde allí, por el gran ventanal que daba al jardín, observaba al muchacho que cortaba el césped. Él y su hermano hacían trabajos de jardinería en el barrio. Lidia Viel los llamaba una o dos veces al mes, dependiendo de la estación. En el verano venían hasta tres o cuatro veces en un mes porque también se ocupaban de mantener la pileta. Casi siempre venía este, Juan, y cuando no podía lo reemplazaba el hermano. Lidia lo prefería a Juan. El otro le daba la impresión de estar siempre apurado y algunas veces dejaba cosas a medias. (Completo aquí.)




sábado, 6 de agosto de 2011

Lo que leí [7°Argentino de Literatura]

“Llegó sofocada y corriendo.
Vestía un modelo de tarde de un gris muy claro. Era un traje abotonado de arriba abajo, con solapitas y cuello camisero. Un cinturón del mismo color, muy estrecho, anudado a la cintura con un simple nudo. Calzaba altos zapatos. En torno a la garganta lucía un pañuelo de seda natural, verde y negro, formando un conjunto muy fino con el resto de su indumentaria.
Llegó un poco jadeante como si hubiese corrido mucho. Llevaba el cabello rojizo muy corto, peinado sencillamente, formando una melenita, con las patillas saliendo hacia la mejilla y un mechón de pelo sobre la frente. Los ojos tan verdes. Aquella boca suya que sabía a beso. Aquel palpitar de su pecho… Todo en ella denotaba la gran emotividad que sentía y no podía reprimir en aquel instante.”
A los siete años, tumbada en mi cama a la hora de la siesta y apretando el librito ajado y amarillento, canjeado en el quiosco de revistas, yo soñaba con ser como esta o cualquiera de las muchachas de Corín Tellado.
A mi madre le encantaban sus novelas así que siempre había dos o tres dando vueltas por la casa hasta que iba al canje y traía otras dos o tres, igualmente ajadas y maltrechas, con argumentos parecidos, pero tan fascinantes para mí: vestidos de gasa, cócteles en parques con piscina, bocaditos de salmón, besos fogosos, hombres que cuando sonreían enseñaban “un poco los dientes de lobezno hambriento”, hombres “crueles y despiadados”, que “calaban hondo”. Ella me permitía leerlas; en realidad, nunca me prohibió leer tal o cual cosa, y además me había contado que cuando era adolescente el abuelo Antonio –que murió cuando yo era muy chica- no la dejaba leer ese tipo de libros y que ella lo hacía a escondidas. Su anécdota, entonces, le agregaba un plus: estaba compartiendo con mi madre una especie de travesura.
Nota completa click!

miércoles, 27 de julio de 2011

Revista Debate

Recuerdos de provincias
Por Hernán Ronsino
Llegan de diversas provincias a los mejores sellos editoriales de aquí y de España, sus historias transcurren en sus pueblos y escriben con voz y acento propio: la nueva literatura argentina, con Ricardo Romero, Hernán Arias, Selva Almada y Carlos Busqued, trae una promesa de renovación interior. Nota completa aquí.

domingo, 24 de julio de 2011

Carne de chancho

Enrique Raab por María Moreno Carlos Correas por Ioshua, Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach Néstor Perlongher por Osvaldo Baigorria y María Inés Aldaburu Jueves 28 de julio, 21.00Bar de la Tribu [Lambaré 873]Entrada gratis.

viernes, 24 de junio de 2011

Prórroga



Tenés tiempo de participar con tu cuento hasta el 30 de junio!

Bases aquí.

domingo, 22 de mayo de 2011

Colección Invierno

jueves 26 de mayo a las 21.00 en el bar de la tribu, ciclo carne argentina presenta su colección invierno: hernán lucas rudy astudilla guillermo piro diego rojas entrada gratis

martes, 10 de mayo de 2011

En Monitor Interior charlando sobre el caso Sara Mundin

monitor interior: Asesinatos irresueltos y literatura: "La escritora Selva Almada (Buenos Aires) junto a Mary Amaya y Mónica Fornero, miembros de Verdad Real y Justicia para Todos. Misterios y mue..."

martes, 12 de abril de 2011

Talleres en Paraná

En mayo comienzan los talleres coordinados por la escritora Selva Almada. Este año con tres propuestas diferentes: el Taller de Escritura dirigido a aquellos que tienen ganas de empezar a formarse en el oficio de escribir, aflojar la muñeca, ejercitarse: se trabaja con consignas disparadoras; el Taller de Lectura, que propone leer, analizar y comentar a los escritores norteamericanos más relevantes del siglo XX; y la Clínica de Narrativa, orientada a quienes quieran trabajar en la corrección y reescritura de obras en proceso (novela o serie de cuentos). Las tres propuestas tienen una duración de cuatro meses (de mayo a agosto) y una frecuencia de dos clases mensuales.

domingo, 10 de abril de 2011

Editoriales independientes


El viernes 15 de abril, a las 21, vamos a estar presentando el proyecto La Compañía, en el marco de las jornadas de editoriales independientes organizadas por Articular, en la Casa de la Cultura de Paraná (ER).

Vamos a hablar del proyecto y a amenizar la velada con lecturas, proyección de videos y la música en vivo de Millán & Pandolfelli.

viernes, 25 de marzo de 2011

lunes, 14 de marzo de 2011

Dos propuestas dos


Clínica de narrativa, los martes de 19 a 21

Taller de escritura, los miércoles de 19 a 21

jueves, 10 de marzo de 2011

Casualidad

De las cuatro manzanas de las calles 28 y 51, tres son terrenos baldíos y sobre la cuarta se levanta un barrio de viviendas del gobierno. Al mediodía estaba en esa intersección de calles -una de tierra, la otra de un asfalto desvaído-, sacando unas fotos. A mi espalda, una mujer me dice:

-Sáquele, sáquele y que las vea el gobernador, que vea cómo nos tienen acá con ese basural lleno de moscas.

Me doy vuelta. Es una mujer joven y lleva una bicicleta de tiro, está por entrar a la casa de la esquina.

-Buen día... una pregunta, acá es dónde apareció el cuerpo de la chica Quevedo?

-No, no. Ahí tiraron el torso de la Maira Tévez, el año pasado. No, a la chica Quevedo la tiraron ahí enfrente-, responde y me señala otro baldío, podría decirse, un poco más amable, sin basura, sólo pastizales y algunos árboles achaparrados.

-Vos vivías acá en esa época?

-No, acá no había nada... me mudé después, cuando hicieron el barrio. Pero fue ahí. Mi marido fue uno de los que la encontró. Mi suegra siempre cuenta esa historia.

-Y él está ahora?

-Sí, está adentro con la nena... Espérese que le pregunto si quiere hablar con usted.

Mientras, voy al auto a buscar el grabador... acalorada y confundida con mi repentina buena suerte.

La mujer me hace pasar a la casa, pequeña, modesta, ordenada. Un hombre de unos 40 años le está dando de comer a una nena de 3. Le explico por qué estoy ahí. Él me dice que bueno, pero que no quiere problemas, que ya bastantes tuvo en aquellos años.

Y me cuenta la historia que es breve y sencilla: él y un amigo, adolescentes, estaban abriendo la boca en la represa, pescando a garrotazos nomás, cuando, de repente, medio escondido abajo de un árbol, vieron el cuerpo. Se pegaron el susto de sus vidas y salieron corriendo a buscar a un mayor para contarle lo que habían visto. El adulto llamó a la policía, etcétera.

Les agradezco y cuando estoy abriendo la puerta la mujer me vuelve a hablar del tema del basurero y las moscas:

-Acá a la tarde no podés sentarte ni a tomar un mate afuera de las moscas que hay...

Me quedo pensando en este hombre: 20 años después de lo que seguramente fue el hallazgo más tremendo de su vida, se anota en un plan de viviendas y, por sorteo, le toca una casa justo enfrente de donde encontró a la chica muerta. Y, por si fuera poco levantarse todos los días con vista a la antigua represa, unos años después, también enfrente de su casa, aparece un pedazo de otra chica.