miércoles, 9 de noviembre de 2011

Prólogo al libro de Jorge Hardmeier



Los relatos de Arquitectura antigua son una rara avis en el horizonte de la llamada NNA o nueva narrativa argentina: historias donde la anécdota, lo que sucede, el qué importa poco y lo que en realidad tiene peso y densidad es cómo pasa lo que pasa. Esto se logra a partir de escenarios cuidadosa y hasta obsesivamente descriptos, y de atmósferas extrañas –extrañadas- que envuelven a los personajes, los desaparecen, los reaparecen. Diría que en la mayoría de los relatos los personajes son tan solo una circunstancia que se nombra genéricamente –el hombre o la mujer- o echando mano de una letra, de cualquiera, caprichosamente; una circunstancia o la simple excusa para tejer alrededor de ellos todo lo demás, un capullo intrincado que oculta el pequeño corazón de cada relato.
En uno –que me recordó a los cuentos japoneses de fantasmas-, el narrador repite varias veces a lo largo de la historia: “Lo que puede ser mostrado, no puede ser dicho”, y esta frase o esta idea, en cierto modo, atraviesa todo el libro: se muestra para no decir, se muestra algo para ocultar otra cosa y es el lector quien debe reponer lo que falta, descubrir lo que se esconde.
Y en estos tiempos en los que los lectores engordamos de tanta literatura pre-cocida, se agradece que nos pongan en movimiento y nos hagan trabajar un poco.


Selva Almada