martes, 21 de agosto de 2007

Premio Juanele

La Biblioteca Alternativa Tilo Wenner y la Asociación de Teatro Metamorfosis, de la ciudad de Paraná, convocan a la primera edición del PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA «JUAN LAURENTINO ORTÍZ» para libros de poesía publicados.


BASES


1) Con el doble propósito de, por un lado, distinguir a la edición de libros de poesía en castellano y, por otro lado, incrementar el patrimonio bibliográfico de cinco bibliotecas de la provincia de Entre Ríos, en el mes de junio de 2009, se convoca a todos los escritores y editores interesados a participar del PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA «JUAN LAURENTINO ORTÍZ». El presente premio, cuyo nombre recuerda a uno de los más finos poetas de la lengua castellana, cuenta con el patrocinio del Programa Articular del gobierno entrerriano y establece para esta primera edición una recompensa consistente en:
1.a) una obra de arte inspirada en el libro ganador, cuya confección se encargará luego del fallo del jurado a un reconocido artista plástico; y
1.b) una suma en efectivo de 2.000 pesos (dos mil pesos, moneda argentina), o su equivalente en dólares si el autor ganador resultase ser no-argentino.
El premio se otorgará al mejor libro de poesía editado en papel que sea enviado al certamen y no podrá ser declarado desierto.
2) Se habilita a participar a todos los autores que así lo deseen, sin restricciones de sexo, edad, nacionalidad o residencia, con libros de poesía impresos en cualquier fecha y lugar, con o sin ISBN y sin límites de extensión, siempre y cuando envíen sus volúmenes impresos en castellano. No se aceptarán volúmenes sin encuadernar.
3) Cada escritor podrá enviar tantos títulos como desee. De cada título deben enviarse 5 (cinco) ejemplares. La totalidad de los ejemplares recibidos, una vez concluido el concurso, será donada a cinco bibliotecas de la provincia de Entre Ríos, a saber: Biblioteca Popular Luz Obrera, de Basavilbaso; Biblioteca del Instituto de Formación Docente nº 715, de La Paz; Biblioteca de la Casa de la Cultura; Biblioteca Alternativa Tilo Wenner y Biblioteca Comisión Vecinal Barrio 33 Orientales, estas últimas tres de Paraná.
4) El Premio «JUAN LAURENTINO ORTÍZ» se otorgará un libro de autor individual. Sin embargo, se aceptarán antologías y otras publicaciones colectivas (de grupos, de talleres, etcétera). De hecho, se otorgará como mínimo:
4.a) un Diploma de Honor a libro(s) de más de un autor.
También se concederán Diplomas de Honor a:
4.b) mejor libro de poesía para niños;
4.c) mejor libro de poesía con ilustraciones;
4.d) libro de edición más original (para libros-objeto que se destaquen formal y conceptualmente). El jurado tendrá la libertad de establecer otras distinciones, extendiéndose diplomas de honor por cada una de ellas.
5) No constituye obstáculo a la participación en este Premio que el/los libro/s aspirante/s se encuentre/n concursando en otro certamen ni que haya/n obtenido galardones de cualquier índole con anterioridad.
6) Plazo: la recepción de obras cierra el 21 de setiembre de 2009. Se tomará en cuenta la fecha del matasellos. Los envíos deben hacerse a:


“PREMIO JUAN LAURENTINO ORTÍZ,
25 de Mayo nº 518,
CP (3100), Paraná, Entre Ríos
Argentina”.
Los organizadores no se responsabilizarán por las pérdidas o daños que pudiera sufrir el material remitido, aunque les apenaría mucho cualquier incidente de este orden. Por eso se recomienda efectuar el despacho a través de correo certificado. Se acusará recibo de las obras mediante un mensaje de correo electrónico.
7) El jurado, que producirá su fallo antes del 21 de noviembre de 2009, estará integrado por 5 escritores y expertos en literatura de la región y sus nombres se harán públicos una vez emitido su veredicto, el cual será inapelable.
8) Cada autor deberá adjuntar una hoja que contenga los siguientes ítems: nombre completo, dirección postal, dirección electrónica, teléfono, breve curriculum y firma. Respecto a los libros de varios autores, bastará con enumerar los mismos datos de al menos un autor, o del editor, quien fuera que enviase el libro. Los autores que envíen más de un libro deberán remitir sus datos sólo una vez.
9) La remisión de los libros a la dirección indicada implica la plena aceptación de las bases de este certamen y consiente automáticamente la donación de los ejemplares recibidos a las bibliotecas mencionadas. Si un autor enviase menos de 5 ejemplares de un título, no se lo habilitará como contendiente al PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA «JUAN LAURENTINO ORTÍZ» y el conjunto de libros se repartirá lo más equitativamente posible entre las entidades beneficiadas. Las situaciones imprevistas que pudieran suscitarse se resolverán según el leal saber y entender de convocantes y jurados.
10) Por consultas, escribir a: BiblioWenner@Gmail.com.

sábado, 11 de agosto de 2007

Concurso Nacional de Novela


1º Premio Nacional de Novela
“Laura Palmer no ha muerto”,
de Gárgola Ediciones.

1. El 1º Premio “Laura Palmer no ha muerto” de novela es convocado por Gárgola Ediciones, con la intención de difundir la obra de autores argentinos jóvenes a través de la colección que da nombre al certamen.
2. Podrán participar en el Premio todos los autores de nacionalidad argentina, o que tengan otra nacionalidad pero más de diez años de residencia en el país, que hayan nacido después del 1º de enero de 1969.
3. Las obras que se presenten deberán ser inéditas y no haber sido premiadas en ningún otro certamen.
4. Los participantes podrán presentar cuantas obras consideren oportuno.
5. Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas, tamaño DIN A4 (210 x 297 mm), mecanografiadas a doble espacio. Deberán enviarse dos originales impresos y copia digital (en CD), indicando claramente 1º Premio Nacional de Novela “Laura Palmer no ha muerto” a Gárgola Ediciones, Balcarce 1053, Oficina 1, CP 1063, Capital Federal, Argentina. Cada original irá firmado con seudónimo. Es obligatorio adjuntar un sobre cerrado en cuyo exterior únicamente figurará el seudónimo y el título de la obra; en su interior se contendrán los siguientes datos: nombres y apellidos del autor, dirección postal, dirección de correo electrónico y teléfono de contacto. No se aceptarán en el Premio obras enviadas por correo electrónico.
6. Los originales no premiados serán destruidos sin que quepa reclamación alguna en este sentido. Gárgola Ediciones no se hace responsable de las posibles pérdidas o deterioros de los originales, ni de los retrasos en la recepción por correo o cualesquiera otras circunstancias imputables a terceros que puedan afectar a los envíos de las obras participantes en el Premio.
7. Para despejar cualquier duda sobre el contenido de estas bases, los participantes pueden escribir a info@gargolaediciones.com.ar, o llamar por teléfono al número (011) 4300-0924.
8. El plazo de admisión de originales se cerrará el 1º de diciembre de 2009. Para los envíos por correo se tendrá en cuenta la fecha del matasellos. Por el hecho de presentarse al Premio, los concursantes se comprometen a no retirar su obra una vez presentada.
9. El Jurado estará compuesto por los escritores Daniel Kruppa, Selva Almada, Federico Levín como autores de la colección “Laura Palmer no ha muerto” y el escritor y editor Ricardo Romero como autor de la colección y en representación de la editorial.
10. El Premio se otorgará a aquella obra de las presentadas que por unanimidad o, en su defecto, por mayoría de votos del jurado, se considere la mejor.
11. El fallo del jurado será inapelable y se hará público en un acto que se celebrará en Buenos Aires el día 17 de marzo de 2010.
12. El Premio único será la edición de la obra ganadora en la colección “Laura Palmer no ha muerto”, de Gárgola Ediciones, en el transcurso del año 2010. El jurado podrá entregar menciones especiales a las obras finalistas que considere destacables.
13. El autor de la novela ganadora cede a Gárgola Ediciones el derecho exclusivo de explotación de su novela en cualquier forma y en todas sus modalidades, para todo el mundo. Esta cesión de derechos se entenderá realizada por el plazo de siete años.
14. Entre los derechos reconocidos a Gárgola Ediciones se entenderán comprendidas todas las modalidades de edición de la novela ganadora (rústica, tapa dura, bolsillo, club del libro, fascículos, ediciones para quioscos, reproducción impresa en publicaciones periódicas, antologías, libros escolares y otras ediciones especiales sean o no promocionales, impresión bajo demanda, etcétera).
15. También se entenderán comprendidos los derechos de reproducción, distribución y comunicación pública (en todas sus modalidades) de la obra en versiones electrónicas (incluidas las versiones multimedia y las redes informáticas de comunicación), en cualquier soporte electrónico en su más amplio sentido, pudiendo transmitirla a través de Internet y otras redes informáticas y de telecomunicaciones y permitiendo a terceros su reproducción y/o almacenamiento, así como el derecho de transformación y adaptación de la novela en cualquier modalidad de obra audiovisual (cinematográfica, televisiva, etcétera). Quedan también reservados en exclusiva a la editorial los derechos de traducción para la edición en todos los idiomas y la posibilidad de cesión a terceros. La editorial podrá realizar cuantas ediciones decida de la obra de entre un mínimo de 1.000 y un máximo de 5.000 ejemplares cada una de ellas. El autor percibirá el 10% del PVP (Precio de venta al Público) del libro, y el 60% de lo percibido por la editorial en las modalidades de explotación que supongan la transformación de la obra (traducciones, adaptaciones audiovisuales, etcétera).
16. El autor de la novela ganadora se obliga a suscribir un contrato de edición según los términos expuestos en estas bases. De no formalizarse el contrato, por cualquier circunstancia, el contenido de las presentes bases tendrá la consideración de contrato de cesión de derechos entre la editorial y el ganador.
17. Gárgola Ediciones se reserva el derecho de adquisición preferente del derecho de edición de cualquier novela presentada al Premio que, no habiendo sido la ganadora, sea considerada de su interés, previo acuerdo con los autores respectivos.
18. La participación en este Premio implica de forma implícita la plena y total aceptación de las presentes bases. Para cualquier diferencia que hubiese de ser dirimida por vía judicial, las partes, renunciando a su propio fuero, se someten expresamente a los Juzgados y Tribunales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

lunes, 6 de agosto de 2007

Lo que leí [7°Argentino de Literatura]

“Llegó sofocada y corriendo.
Vestía un modelo de tarde de un gris muy claro. Era un traje abotonado de arriba abajo, con solapitas y cuello camisero. Un cinturón del mismo color, muy estrecho, anudado a la cintura con un simple nudo. Calzaba altos zapatos. En torno a la garganta lucía un pañuelo de seda natural, verde y negro, formando un conjunto muy fino con el resto de su indumentaria.
Llegó un poco jadeante como si hubiese corrido mucho. Llevaba el cabello rojizo muy corto, peinado sencillamente, formando una melenita, con las patillas saliendo hacia la mejilla y un mechón de pelo sobre la frente. Los ojos tan verdes. Aquella boca suya que sabía a beso. Aquel palpitar de su pecho… Todo en ella denotaba la gran emotividad que sentía y no podía reprimir en aquel instante.”
A los siete años, tumbada en mi cama a la hora de la siesta y apretando el librito ajado y amarillento, canjeado en el quiosco de revistas, yo soñaba con ser como esta o cualquiera de las muchachas de Corín Tellado.
A mi madre le encantaban sus novelas así que siempre había dos o tres dando vueltas por la casa hasta que iba al canje y traía otras dos o tres, igualmente ajadas y maltrechas, con argumentos parecidos, pero tan fascinantes para mí: vestidos de gasa, cócteles en parques con piscina, bocaditos de salmón, besos fogosos, hombres que cuando sonreían enseñaban “un poco los dientes de lobezno hambriento”, hombres “crueles y despiadados”, que “calaban hondo”. Ella me permitía leerlas; en realidad, nunca me prohibió leer tal o cual cosa, y además me había contado que cuando era adolescente el abuelo Antonio –que murió cuando yo era muy chica- no la dejaba leer ese tipo de libros y que ella lo hacía a escondidas. Su anécdota, entonces, le agregaba un plus: estaba compartiendo con mi madre una especie de travesura.
Aunque aprendí a leer a los seis años, cuando empecé la escuela, enseguida lo hice rápidamente y de corrido, prescindiendo del dedito índice siguiendo las sílabas de las palabras y el balbuceo a la hora de pronunciarlas como les sucedía a casi todos mis compañeros de clase. No había aprendido a leer antes que el resto de mi generación, en esa época uno aprendía a leer cuando empezaba primer grado –ahora mis sobrinos de 3 y 4 años ya deletrean algunas palabras con bastante fluidez-, pero una vez que me llegó el momento no iba a perder el tiempo: quería leer sola, mis propios libros, a la hora que se me antojase: independizarme de los mayores por lo menos en eso.
Así es que los años 80 me encontraron devorando las novelitas de Corín: para mi felicidad, la prolífica asturiana había escrito miles así que contaba con una fuente inagotable de placer.
Fue gracias a estas lecturas que aprendí a usar el diccionario o, mejor dicho, que me acostumbré a usarlo: había muchas palabras que no comprendía: algunas por ser una lectora demasiado joven para esos términos y otras por ser muy “españolas”.
Sin embargo, mi romance con Corín no duraría más que unas cuantas siestas apasionadas de verano. Un día, quizás a falta de material nuevo, tal vez mi madre no había podido ir al quiosco de canje o yo había terminado las novelas antes que ella, vagando por la casa, sedienta de lectura, encontré la pila de revistas que leía mi papá, una pila bien masculina, rígida, erigiéndose desde el piso y casi hasta mi altura. Entonces no podía saberlo, pero mi descubrimiento llegaría en el momento justo para zafarme de las garras suaves, de uñas nacaradas, dedos largos de pianista, etcétera de la chic lit… aunque después verán que tuve mis recaídas.
Pues bien, en esas revistas apiladas en rígida masculinidad encontraría a esos héroes trágicos, hermosos y solitarios que me acompañarían a atravesar las zarzas de la infancia para depositarme sana y salva, mejor dicho: para abandonarme a mi suerte, en las doradas playas de la adolescencia.
Nippur de Lagash, el tuerto errante; Dago, el príncipe esclavo; Gilgamesh, el inmortal fueron enseguida mis favoritos: los tres atravesados por su tremendo destino. Las batallas en las que peleaba a espada partida Nippur, la hermosa amazona madre de su hijo; las ciudades atestadas de gente, de traición y de peste –sobre todo la lepra oculta debajo de velos que en algún momento se descorrían para mostrarnos rostros con la nariz comida por la enfermedad, cabezas sin oreja, brazos convertidos en muñones- esas eran las calles que recorría Dago cuando no estaba remando junto a otros esclavos en los barcos de los piratas; y Gilgamesh, el torturado inmortal, viajero del tiempo y las estrellas… los tres criaturas del gran Robin Wood.
Hace no muchos años, leyendo sobre la vida de Robin Wood, guionista estrella de la Editorial Columba que era la que publicaba las revistas donde aparecían estos héroes, supe que era hijo bastardo y que de muy joven se había ido a trabajar en los obrajes del Alto Paraná… Robin Wood con ese nombre que le puso su madre y que sonaba muy parecido al del otro Robin famoso (y no hablo del Joven Maravilla, claro), bien podría haber inspirado algún personaje de mis historias, sobre todo de Ladrilleros, mi última novela. Pero, si su biografía no inspiró ninguno de mis muchachos, sus criaturas sí han sido muy inspiradoras para mí desde que las descubrí.
Además del creador de mi trío favorito –estaba enamorada de los tres por igual-, también es el autor de Pepe Sánchez, Helena y Mi novia y yo, un poco más livianas, más divertidas, con las que me conformaba cuando llegaba a la última viñeta de las correrías de mis preferidos.
Y más o menos por esta época, seguramente arrastrada por estas lecturas y también por los gustos lectores de mi hermano, aparecieron los libros de Emilio Salgari y Julio Verne. Los de Verne venían además con la yapa de haber sido el autor de cabecera de mi abuelo Antonio –sí, el mismo que censuraba a Corín Tellado-; como yo no lo recordaba pues había muerto cuando tenía dos años, me había formado una fantasía heroica de él, un poco alimentada por mi madre seguramente, en la que el peón de campo volvía a la noche a su casita miserable, llena de hijos, y cuando todos se iban por fin a dormir, le robaba horas al sueño para leer a Verne bajo la luz pobre del sol de noche: mi abuelo era un hombre culto porque descendía de suizos-franceses –pensaba- y yo, su primera nieta mujer, había heredado su intelectualidad.
Un poco después vino la Colección Robin Hood. En esa época o eras fan de la Billiken o de la Robin Hood y para mí no había ningún tipo de dudas: esos libros amarillos, gorditos y con pocas ilustraciones eran casi libros como los que leían los adultos. Los de Billiken tenían menos páginas, eran para chicos haraganes, y seguro le faltaban partes de la historia.
Sin embargo, con la Robin Hood también hubo otra maniobra brusca en mis inclinaciones lectoras… porque, ay, lo primero que descubrí de la colección fueron las novelas de Louise Alcott, ese veneno azucarado que enfermó gran parte de mi niñez.
Nunca sería tan buena como las chicas de Alcott; nunca, nunca tendría la entereza para aceptar tanto sufrimiento con tanta alegría. Por más que me esforzara jamás le llegaría a los bajos del vestido a la generosa Jo que vendió su hermoso cabello para comprar las medicinas de su pequeña hermana, la dulce y moribunda Beth que, a pesar de los sacrificios de Jo, iría a reunirse con su padre muerto en la guerra uno de esos crudos inviernos que plagaban las páginas de los libros con sus jardines cubiertos de hielo por donde las muchachas se deslizaban sobre el filo de sus patines en los fugaces momentos de dicha que les permitía la pluma amarga de su autora. El amor que sentía por mi madre, que era enorme, nunca sería tan grande ni tan bueno como el que Jo, Beth, Amy le prodigaban a la suya, la viuda pobre y sufriente que, pese a todo, siempre tenía fuerzas para tocar una canción al piano y cantar con su coro de niñas para darles confianza. Las lecturas de Alcott me dejaban deprimida y descontenta conmigo. Sin embargo, cada vez que encontraba otro título en los estantes de la biblioteca de la escuela me lo llevaba conmigo, no podía negarme… supongo que esto habrá coincidido con alguna etapa masoquista de la pre-adolescencia.
Las novelas de Louise Alcott eran las que leía prestadas –de la escuela o de mis amigas-, pero ahorraba para comprarme otras que todavía conservo: Corazón, de Edmundo D´Amicis; Ella, Las minas del Rey Salomón, de Rider Haggard; Las aventuras de Tom Sawyer, Tom Sawyer en el extranjero; Violeta, una novela muy divertida, con una chica muy lejos de las de Alcott (la buena de Louise la hubiese quemado en la hoguera); aventuras del lejano oeste norteamericano cuyos títulos no recuerdo… en fin, un montón de otras historias que supongo oficiaron un poco de antídoto a Mujercitas, Una niña anticuada, Ocho primos, y etcétera.
Y llegamos al momento en que por fin pude hacerme socia de la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre de mi pueblo. No recuerdo ese primer día en que traspuse la puerta para asociarme y sacar mi primer libro, pero me imagino –porque todavía llevaba la impronta Corín en mis venas y era bastante espamentosa- que mi corazón habrá dado un vuelco en mi pecho y me habré sentido emocionada. Empezaba otra etapa en mi vida: la de la chica de doce años que recorrería a pie las 15 cuadras que separaban su casa de la biblioteca una o dos veces por semana, con su carnet en el bolsillo trasero del jean, y un libro abajo del brazo.
Me habré quedado con la boca abierta ante tamaña cantidad de libros, no porque hubiese realmente tantos sino porque en mi escuela había muchísimos menos, y me habré sentido desorientada. Como en aquella época además de espamentosa era remilgada, me imagino que no habré pedido enseguida la ayuda de la bibliotecaria, y habré vagado entre los estantes, como caminando sobre algodones, tomando al pie de la letra los carteles que ordenaban: ¡silencio!, leyendo los títulos en los lomos, algunos descascarados y otros impecables pues nunca habían sido abiertos ni por curiosidad.
No recuerdo si fue por recomendación de la bibliotecaria o sola que di con las novelas de Sidney Sheldon y Laurence Sanders… seguro fue por ella que dos por tres me despachaba alguna de Danielle Steelle, en mi última y estrepitosa recaída en la novela romántica. Aunque lo mejor que leí por entonces fueron dos novelas de Guy des Cars, dos de entre las tantas suyas que leí: El solitario, la impresionante historia de un hombre ciego, sordo y mudo que se adjudica un asesinato y de las dificultades de su abogado a la hora de defenderlo; y La impura, la historia de una hermosa prostituta que se enferma y es enviada a un leprosario que cambiará su vida frívola.
La impura me conmovió tanto que, del mismo modo que a la protagonista, me aparecieron una pequeñas manchas rosas en el brazo: por supuesto, di por sentado que tenía lepra: ¿acaso a ella no la había contagiado un gato y yo vivía con gatos desde que tenía memoria? Le pedí a mi madre que me llevase al médico. En esa época mi mamá era enfermera y trabajaba en el Sanatorio Cruz Verde; allí fui a ver al Dr. Benítez, quien estudió con aparente interés mis manchas y sin aviso previo agarró una aguja y empezó a pincharlas. ¿Te duele? ¿Y a usted que le parece? Me había dolido en serio. Bueno, entonces esto no es lepra; dejá de leer un poco y ayudá a tu mamá en las cosas de la casa, más escoba y menos lectura, fue su inobjetable consejo.
Aunque hasta que empecé la facultad no leí a ninguno de los autores del cánon, desde que aprendí a leer siempre estuve leyendo. En la adolescencia era muy tímida y solitaria –todavía lo soy-, me costaba relacionarme, y tener un libro en la mano, poder abrirlo en un lugar público y ponerme a leer, me salvaba de muchas situaciones incómodas: no llevaba un libro, me agarraba fuertemente a uno para no ahogarme en mi propia timidez.
[Universidad del Litoral, Santa Fe, 3 de agosto de 2011]