Una chica de provincia es el libro seleccionado el mes de mayo en Sur de Babel, el club de libros independientes que vale la pena conocer y apoyar: un nutrido catálogo de títulos y autores que son difíciles de encontrar en las grandes cadenas. Para aquellos que nunca seremos socios de ningún club social o deportivo (por pereza o falta de actitud) esta es una buena excusa para tener un carnet!
Para poder mirarlo de cerca, Niño Valor y yo nos pusimos en puntas de pie y nos agarramos del borde del féretro con sumo cuidado, temerosos de que el menor movimiento fuese a derramar la muerte y nos salpicase los zapatos nuevos, los zoquetes blancos, las ropas de cumpleaños (…)
Recordar, a veces significa penetrar el manojo de sensaciones que se imprimieron en nosotros desde que éramos chicos: olores, sonidos, colores, texturas que vienen siempre de la mano de una experiencia. Los tres relatos que componen Una chica de provincia les ponen historias a esas sensaciones percibidas durante la infancia y la adolescencia. En todos los relatos conviven el principio y el final: la niñez y la muerte. Los niños descubren que la muerte no solo busca a los grandes. Los grandes cuentan con la posibilidad de salir a buscar la muerte. Con un tono que evade la tragedia, la mirada que persiste es poética en el mejor sentido del término: encuentra en el lenguaje una relación de completa intimidad.
Lo interesante de la escritura de Selva Almada es que entra en el recuerdo sin diseccionar, sin separar, sin organizar. Se mete en esa maraña de imágenes, para seguir formando parte de ellas.
A quienes les guste leer con un lápiz en la mano (una buena forma de “degustar” la literatura), los que dejan marcas en los textos o ponen signos de admiración, deberán sacarle una buena punta en este caso, porque muchos pasajes de este libro invitan a reparar en ellos: a leerlos, subrayarlos, releerlos. Siempre es un festín cuando la literatura es rica. Y siempre deja, también, las ganas de más. No saciarse nunca, ahí está el secreto.