Este es el relato que fue finalista del Premio Coseña Eñe 2009, organizado por la revista Eñe (España). Forma parte de un libro de relatos fantásticos que nunca publiqué y supongo que ya no publicaré, pero por el que guardo mucho cariño: La inundación en la casa de las Señoritas Muertas. Este relato y el resto de la serie fueron escritos bajo la mirada atenta y amorosa de mi maestro Alberto Laiseca. Y, posteriormente, revisitados por la mirada también atenta y afectuosa de Pablo De Santis en una Clínica de Narrativa del Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA). A ellos dos mi agradecimiento.
Nactrufa. Aunque no haya indicios acerca de su género, siempre nos referimos a ellas como si fuesen hembras. Quizá porque hay algo de femenino en la languidez con que se tienden al sol a la hora de la siesta y en el modo en que se lamen unas a otras los cuerpos.
Modo de reproducción. Nunca las vimos aparearse ni sabemos de ninguna que haya presentado nunca síntomas de preñez. Sin embargo, el número de nactrufas aumenta a diario y la cosa ha seguido así aun después de que apartamos a dos de los peones de quienes desconfiábamos. Me temo que haberlos confinado al aislamiento en las jaulas del jardín de invierno fue una injusticia, pero es demasiado tarde para repararla: dado el estado de enajenación en el que se encuentran, si los soltamos y los echamos al campo, estarían merodeando las granjas vecinas comportando un grave peligro no sólo para las reses y los demás peones, sino también para las personas que viven en ellas. A la hora de rendir cuentas, creo que Dios y los hombres sabrán comprender nuestras razones. Leer el relato completo.