Hace unos años, una mujer conocida de mi madre apareció colgada en un galponcito en el fondo de la casa que compartía con su esposo. Cuando me pasó el parte de difuntos de esos meses (un tema obligado cada vez que la visito) me contó con tristeza ese episodio. Y enseguida me dijo que ella creía que el marido la había matado armando una escena de suicidio. Parece que todo el mundo sabía que él la golpeaba. Le dije que de haber sido un crimen, la policía, a quien hay que acudir inevitablemente en estos casos, debería haberlo advertido. Mi madre me miró y sonrió como diciendo: la policía? En el fondo mi comentario no era sino una manera de consolarla por la muerte de esa mujer que ella conocía y apreciaba aunque no hubiesen sido amigas. Absurdo. Si el marido no había puesto la soga alrededor de su cuello, sí se había encargado durante años de maltratos y humillaciones de conducirla a esa única salida. En cualquier caso las sospechas de mi madre eran ciertas: el marido la había asesinado.
Ayer apareció esta nota de Mariana Carbajal en Página 12 que me recordó inmediatamente aquella conversación con mi mamá. Recomiendo leerla (click).
El femicidio es la expresión extrema de la violencia de género.