Una rana casi transparente se posa en el vidrio de la ventana de la cocina en la casa de mi madre.
Viene todos los días, dice ella, a comer bichitos.
¿Cómo sabés que es la misma?, le digo.
Es, me asegura.
La rana, una miniatura siliconada, se queda adherida al vidrio.
La rana, una miniatura siliconada, se queda adherida al vidrio.
No sé cuánto tiempo vive una rana.
En el patio hace años que mi madre dice que tiene un sapo cururú. Lo trajo de cachorro, no era más grande que una piedra pequeña. Lo soltó entre las plantas. Nadie más que ella lo ha visto nunca. Ella y los gatos, dice que los gatos se tropiezan con el cururú dos por tres, erizan el lomo el sapo y los gatos y agarra cada uno para su lado.
No quiero que me cuentes nada de ese sapo, le digo cada verano.
Pero si es buenito, me dice mamá, fijate vos que desde que está acá no hay mosquitos.
En el patio hace años que mi madre dice que tiene un sapo cururú. Lo trajo de cachorro, no era más grande que una piedra pequeña. Lo soltó entre las plantas. Nadie más que ella lo ha visto nunca. Ella y los gatos, dice que los gatos se tropiezan con el cururú dos por tres, erizan el lomo el sapo y los gatos y agarra cada uno para su lado.
No quiero que me cuentes nada de ese sapo, le digo cada verano.
Pero si es buenito, me dice mamá, fijate vos que desde que está acá no hay mosquitos.